Parece lógico comenzar hablando del libro cuyo capítulo 35 da título a este blog: El Conde de Montecristo. Yo no soy una experta en temas literarios ni me gustaría serlo, por tanto, no pretendo hacer una crítica o un análisis del libro sino simplemente hablar de lo que yo he sentido al leerlo.
Precisamente el capítulo que lleva por título “La Mazzolata” es de una crueldad extrema, como gran parte del libro, pero nunca a mi parecer desagradable. Cuando lo estaba leyendo sentí angustia y miedo cuando el personaje estaba preso, sentí alivio cuando se vengaba de alguien, felicidad cuando ayudó al señor Morrel,…. En definitiva, me sentía viva a través del libro. Quizá parezca algo normal o poco importante pero yo creo que es algo extraordinario: un hombre (Alexandre Dumas) se sienta delante de unos papeles y escribe una historia, en parte imaginada, en parte basada en ciertos hechos reales, la publica en 1844 y yo, en 2008, me siento en el sofá de mi casa, abro un libro, lo leo y revivo esa misma historia. A veces paseo por una avenida que está cerca de aquí y tiene unas casas enormes con jardín delantero, grandes ventanas y cierto lujo y entonces me acuerdo de la época que pasó el Conde en París, y me imagino que estoy en una de esas fiestas que él ofrecía en las que se comía tan bien… pero no me gustaría cruzar una mirada con él porque no quiero ver su sufrimiento. No me dejó una buena sensación el final del libro, pero me alegro de haberlo leído. En principio se supone que cualquier libro te transporta a un mundo diferente y te hace sentir cosas pero yo creo que no, creo que sólo ciertos libros lo hacen y éste es uno de ellos.
He visto que en otros blogs la gente pone imágenes relacionadas con el tema que están tratando, enlaces y tal; yo no tengo nada que poner porque creo que si alguien lee esto y le interesa lo mejor que puede hacer es leerse él mismo el libro y dibujar en su propia mente cada lugar y cada personaje. Espero que le haga sentir al menos la mitad de cosas que a mí, sean sensaciones buenas o malas son, en definitiva, lo que nos distingue de una mesa. Hasta otra.